Traer al espacio y al momento de la sesión la vivencia de lo que se desea tratar en terapia ayuda a experimentar el estado emocional al que nos lleva tal situación, pudiendo así trabajar sobre el terreno de la afectación personal, y no sobre los pensamientos o ideas que la situación generó en nuestra mente.
Hablar de las cosas que nos afectan como asuntos que son compartidos con la mayor parte de la gente, no sólo produce una mirada abstracta y generalizada del tema, sino que además nos coloca en una posición pasiva y de no responsabilidad de lo que sentimos. Al concretar y hablar en primera persona, traemos a la conciencia que podemos y debemos hacer algo para con ello.
Al decir que somos de una manera o de otra limitamos nuestra visión de nosotros mismos, encorsetándonos en una forma rígida de posicionarnos y responder ante las distintas situaciones. Por el contrario, incorporando nuevas maneras de referirnos a nosotros mismos como “a veces me siento de tal manera” o “ahora me encuentro de tal otra”, ampliamos nuestras posibilidades de ser, entendiendo que nuestros estados son cambiantes y pudiendo, así, acceder a una reflexión sobre cuándo me siento o actúo de ciertas maneras y desarrollar así una mirada de cambio sobre las actitudes que nos resultan disfuncionales.
La primera cuestión da lugar a respuestas que están orientadas a la comprensión de los fundamentos de nuestro carácter. La segunda, abre las puertas a cómo y con qué finalidad nos comportamos como lo hacemos, de cara a replantear nuestras estrategias para tomar nuevos posicionamientos ante las distintas situaciones y promover respuestas que nos resulten más genuinas y funcionales.
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